Imagen de Gonzalo Alonso Ortiz |
En primer lugar, tenemos nuestra particular franja física, la valla de Melilla. Metros de alambre se extienden por el clima desértico africano. Metros de desesperación por la búsqueda de una vida mejor. Ya son 64 los intentos de salto contabilizados en lo que llevamos de año. En ellos han participado más de 14.000 inmigrantes. Dos mil de ellos han logrado cruzar al otro lado de la valla. Y el Gobierno no hace nada. Melilla, en cierta manera, no deja de ser Gaza. Son bombas de relojería, artefactos culturales distintos que comparten lucha de hierros.
En segundo lugar, tenemos una franja política. Este tipo de franja está en la mayoría de países, pero tal vez en España haya alguna diferencia. Nuestra valla política divide los partidos tradicionales del "nuevo". PP y PSOE a un lado de la franja y Podemos en la otra. Ambos peleándose por la "Tierra Prometida", buscando votos. Los ciudadanos fluctúan entre un lado y otro. Algunos lo tienen claro y han saltado la valla. Otros esperan entre los arbustos el momento adecuado para hacerlo. A un lado la gente divisa corrupción, hartazgo, el infierno puro. Al otro, parece hallarse el paraíso, sin tener en cuenta que los que habitan a este lado de la franja nunca han tenido el poder.
Por último, tenemos nuestra propia franja. Este tipo de valla anida en uno mismo. Tiene diferentes medidas y alturas, tantas como el imaginario dé de sí. Algunos niegan llevarla consigo, tratando de mantener cierta coherencia interna, pero todos tenemos una. Con ella buscamos silenciar aquello que no queremos oír. Buscamos elevar nuestra autoestima y hacernos creer a nosotros mismos que un problema no existe.
Sin embargo, existen, al menos, tantas franjas como personas. Cada palestino, español, americano o asiático tiene la suya propia. Pensadlo un instante. Con cada acto ensanchamos o derribamos un pequeño alambre de nuestra valla. Con cada decisión vamos moldeando nuestra prisión ideológica. Las franjas más peligrosas son, sin ninguna duda, las que el propio ser humano se impone a sí mismo. Sin ellas, el resto de vallas se volverían endebles y sus cimientos se vendrían abajo de un solo soplido.